miércoles, 7 de marzo de 2012

MÁS ALLÁ DEL PLACER (Swingers)

Por Psikeba
“…el goce se opone a la adaptación, trabaja contra la homeostasis y se ubica en la vertiente de la repetición, y en ese sentido es insaciable.”
De acuerdo con los hallazgos de nuestro estudio,[iii] el estilo de vida Swinger aparece,-tal como se nos muestra a través de los casos estudiados y la información en términos generales-, como un intento más de velar lo que no anda en la relación sexual. Esto no es en principio ninguna novedad, si observamos lo dicho por Lacan[iv] acerca de que, en el caso del parlêtre, del ser hablante, no hay armonía posible entre los sexos. No hay objeto predestinado para la pulsión sexual como tampoco un fin predicho. Esta condición implica que al igual que cualquier otra variante de los intentos de velar la falta de relación sexual, el estilo de vida Swinger se ve enfrentado a esa tendencia, al parecer inevitable, de dirigirse hacia un más allá del placer e incluso, un más allá de los diques que lo simbólico pudiese poner a los excesos propios de lo real de la pulsión.
Si bien en principio los casos estudiados[v] parecieron aportar elementos que podían llevar a una cierta visión ideal, y tal vez ingenua del estilo de vida Swinger como forma de saber hacer con la falta de relación sexual, entrevistas posteriores con los sujetos y el trabajo clínico mismo, han dado cuenta a su vez del exceso que puede, allí, producirse. Un exceso marcado por la tendencia al goce que intenta de manera insistente transgredir la ley, derivado de la actual pornografía del goce que parece haber venido a sustituir la represión del deseo que caracterizaba las neurosis de la época en que Freud inventó el psicoanálisis.[vi] La época actual da cuenta de la precariedad del lazo, haciéndose frágil, con lo cual es cada vez más difícil para los sujetos sostenerse con un partenaire, lo que lleva a muchos sujetos al establecimiento de series infinitas donde cada pareja es reemplazada por una con “mejores atributos”, a la manera en que se sustituye cualquier objeto tecnológico que viene a ser reemplazado por otro que lo supera en capacidad y funcionamiento. Soler,[vii] afirma que esta precariedad del lazo se manifiesta en la falta de sentido que en la actualidad parece marcar a los sujetos y que los lleva a insertarse en el juego de la oferta-demanda del discurso del capitalismo, tratando de encontrar en los objetos el apaciguamiento de la angustia derivada de dicho sin sentido. El lazo con el objeto, del cual el sujeto parece hacerse preso, sustituye paulatinamente el lazo entre los sujetos a partir del cual, otrora, el pacto simbólico podía primar sobre la exacerbación de las fascinaciones imaginarias que resaltan lo práctico, rápido, fácil y vacuo. Cada vez se hace mayor el lugar para la fantasía neurótica que se adhiere desesperadamente a los ideales de felicidad y completud, así como a la lógica del menor esfuerzo, en la que los sujetos ven una esperanza que los confina al abismo de la vacilación, cuando no de la inhibición del deseo. La promesa de la resolución de la angustia por vía de la oferta de los nuevos goces se hace cada vez más fuerte y, con ello, la ilusión de los sujetos que no encuentran una salida al sin sentido que experimentan en relación con su existencia y del que ya poco, la sociedad, quiere saber o escuchar. Así, la pareja amorosa, es una forma de lazo que parece no escapar a la precariedad. Su función sublimatoria, que antes ordenaba el esfuerzo de la pulsión en virtud de la constitución de un deseo que podía ser compartido con otro para la construcción conjunta a través de pactos, ha venido a ser reemplazada por la competitividad cínica que el discurso capitalista promueve de manera permanente. La búsqueda del éxito, desde una ética que no implica ya más el respeto por el lugar del otro, y que incita incluso en ocasiones a su aniquilación, -como ocurre en la política actual para citar solo un ejemplo-, invoca a los sujetos a una feroz lucha narcisista, que coincide con lo que Colette Soler[viii] ha denominado “narcisnismo”. El sujeto, que a pesar de este juego no pierde en el fondo la aspiración a otra cosa, a una búsqueda más allá de la fascinación fantasiosa afincada en lo imaginario, busca la manera de inventar alguna forma que le permita preservar el lazo con el otro a pesar de la precariedad y de los excesos de la oferta de objetos. Creemos, de acuerdo con lo hallado en nuestra investigación, que el Estilo de Vida Swinger, es una invención que apunta a esa búsqueda, particularmente en la intención de preservar el lazo amoroso incluso allí donde el discurso capitalista lo erosiona. Sin embargo, resulta en algunos casos en una invención fallida que sucumbe a los excesos del goce. Es justamente esto lo que mostraremos a continuación a partir de la información brindada por uno de los hombres integrante de una de las parejas escuchadas durante el estudio. De la Angustia Masculina a la Curiosidad por los Excesos del Goce Luego de nuestras entrevistas iniciales con Julio César y Helena,[ix] a partir de las cuales fue posible construir una ruta para comprender aquello que habría posibilitado la instalación de la pareja en el estilo de vida Swinger desde la angustia masculina por el no saber cómo responder a la ausencia de goce sexual y la búsqueda femenina del mantenimiento del amor basada en los ideales del amor romántico, Julio César solicita tener una entrevista a solas, orientado por la idea de comunicar un poco más sobre su angustia, pues considera que esto puede, por un lado, ayudar a su apaciguamiento en la medida en que tuviese un destinatario y por otro, aportar luces adicionales para nuestra investigación. En esta nueva entrevista, Julio César comenta que su angustia actual se basa en la vacilación acerca de dar algunos pasos que irían más allá de lo pactado inicialmente con Helena y, a través de lo cual, el estilo de vida Swinger que han llevado desde hace varios años y que ha permitido el mantenimiento estable de un deseo que los vincula en el lazo amoroso, se pondría en riesgo. Se sentía inquieto pues estaba experimentando un impulso de trasgredir los límites acordados inicialmente con su pareja en relación con la sexualidad. Se trataba de una curiosidad que lo “acosaba” acerca de lo que ocurriría si Helena accediera al encuentro sexual con otro hombre que ella eligiera, pero por fuera del espacio Swinger, lo cual implicaba que Julio César consentiría en no ser testigo de dicho encuentro. No obstante, Julio César no comprendía de dónde provenía esta curiosidad. Tampoco tenía claro los efectos que ello podría conllevar. Era algo que, en definitiva, se encontraba por fuera de lo que él podía calcular en términos del goce mortificante que se avecinaba. Lo único claro, era que eso lo invocaba como un imperativo del que sentía que no podía escapar. Lo veía como algo inminente y como tal consideraba que sólo era cuestión de tiempo para que, el momento de realizar la propuesta a Helena, llegara. Si bien lo que en un primer momento llevo a Julio César al estilo de vida swinger, era la mortificación experimentada por la respuesta de Helena a la pregunta por la satisfacción sexual, limitada a una palabra que para él resultaba angustiante: rico. Ante esto, él insistía explicando a Helena que debía haber algo más allá de ese rico, y que debía alcanzar el orgasmo, en sus palabras: “yo le decía, mami las mujeres se desarrollan”. Esta frase con la que Julio César trataba de introducir ese más allá en Helena, derivó en el acceso a otro tipo de goce ligado al estilo de vida Swinger en el cual el orgasmo devino cuando, luego de un intercambio, ellos llegan al encuentro sexual y “nos excitó tanto lo que había pasado allá que llegamos a la casa y yo hacía lo que había visto que le hacían allá y por fin ella se desarrolló, la primera vez fue conmigo”. Ese momento resulta para Julio César en el encuentro con una salida posible a la angustia que había marcado siempre su incertidumbre por no saber cómo hacer gozar sexualmente a Helena, lo cual significaría, en apariencia, la salida de la vertiente en relación con la cual operaba su mortificación. Así, lo que fracasaba en la relación sexual, queda velado por la consecución del orgasmo, con lo que Helena se encuentra también con el acceso a un goce del que antes no tenía conocimiento alguno, lo que le permite, según comenta, disfrutar mucho más de la sexualidad con su pareja sin poner en riesgo el amor, pues para ella se trataba de ceder al intercambio a razón de hacer lo que estuviese a su alcance para mantener el amor. En este orden de ideas, se mantiene el objeto amoroso idealizado y se propende por el intercambio del cuerpo como un acto que tiene como destinatario al partenaire del amor, es decir, que se accede al intercambio como un signo de amor para el otro. Esto implica una paradoja en la medida en que amor y sexualidad encuentran una forma de condescender, distinta a la concebida desde la tradición del amor romántico en occidente que tendría amalgamados amor y sexualidad a la exclusividad del cuerpo a cuerpo, mientras que, en el estilo de vida Swinger, amor y sexualidad pueden descentrarse del cuerpo a cuerpo a condición de que se garantice que lo que allí se hace ingresa en un pacto que regula el acto y como tal, tiene la finalidad de proteger a la pareja de los excesos del goce que podrían resultar mortificantes y desbordar hacia la rivalidad imaginaria con los terceros que se introducen. Esto es algo que Helena resalta al señalar que: “si veo que él está hablando mucho con la muchacha, o que si le llega a coger la manito, o si se le está dedicando mucho, entonces es porque le gusta, y entonces yo me enojo.” Esos actos, que para Helena hacen signo de angustia por estar vinculados con el amor y no con la salida de la exclusividad cuerpo a cuerpo, marcarían un exceso por fuera del pacto y por tanto colocaría a esa otra mujer en la posición de rivalidad. Para Helena esto debe evitarse cuando se trata del estilo de vida Swinger puesto que pondría en riesgo la vertiente amorosa en el lazo de la pareja. Ahora bien, el impulso de Julio César hacia la curiosidad señalaba la introducción de una escena en la cual él quedaría en el lugar de la exclusión, pues aunque fuese él quien lo propusiera y avalara, su mirada ya no estaría como garante de lo acontecido, lo que abriría un lugar a la fantasía con la que trataría de acceder, ya no a un saber hacer cómo gozar a Helena, sino al goce propio de no saber hasta qué punto otro puede hacerla gozar. Lo que estaba allí en juego es lo que Lacan llamaba un plus de goce, es decir, un más allá en el goce que, en ocasiones, puede llevar al sujeto al encuentro con el horror. De La Curiosidad por el Goce al Encuentro con el Horror Pasado un tiempo, Julio César decide plantear su propuesta a Helena, quien luego de cuatro años en el estilo de vida Swinger, ha variado de manera significativa su impresión inicial acerca de la sexualidad, particularmente en relación con aquello que en principio se presentaba como un límite para el acceso al goce. Ya no se trata de la satisfacción ligada al significante rico, sino, a un goce sexual marcado por el intercambio, el orgasmo y la intención de estar dispuesta a ceder a las demandas de Julio César a condición de conservar la unión interpretada por ella como un “amor ideal”. Lo que a continuación presentamos es la experiencia que él nos comunica cuando, luego de llevado a cabo el encuentro entre Helena y otro hombre, surge en Julio César una angustia que se hace insoportable y que lo lleva a buscarme con el fin de brindar esta información y pedir que le ofrezca mi opinión al respecto, es decir, que brindara algún sentido a ese sin sentido que lo acosaba, pues no entendía por qué se sentía de esa manera si era él mismo quien había decidido propiciar la situación por la que ahora se encontraba enfrentado a algo que consideraba horroroso. Julio César, entonces, plantea a Helena su petición de que acceda a un encuentro sexual con un hombre que ella elija, encuentro en el cuál él, Julio César, no estaría presente. Si bien en principio ella se mostró renuente, accede a ello luego de un poco de insistencia por parte de Julio César, insistencia justificada en que él consideraba importante continuar probando nuevas experiencias en la búsqueda de su satisfacción sexual. Ella elije a un hombre conocido que, según comenta Julio César, le parecía bastante atractivo y le inspiraba deseo sexual. Hasta ese momento Julio César no consideraba que lo que estaba a punto de acontecer pudiera representar en medida alguna una fuente de malestar o mortificación, por el contrario, se encontraba ansioso por la novedad que de ello pudiese resultar. Sin embargo, la noche en que Helena salió con el hombre que había elegido y que aquí llamaremos Pedro, Julio César comienza a experimentar algo que describe como “una angustia, como ansiedad pero maluca”, cuestión que se incrementaba en la medida en que surgían algunas preguntas acerca del goce sexual de Helena en el encuentro con Pedro. Sea como fuere, Julio César trató de dejar de lado su angustia apelando a la racionalidad, es decir, repitiéndose los beneficios que en principio esperaba fuesen en pro de la vida sexual con Helena, así como recalcándose haber sido quien propuso la situación. Estos esfuerzos resultaron vanos pues las justificaciones racionales no eran del todo eficaces e incluso derivaban en preguntas marcadas por el remordimiento, con lo cual la angustia, antes que menguar, incrementaba: “¿yo por qué hice eso?… ¿Será que la embarré?”. Julio César esperaba ansioso el reencuentro con Helena, en particular por las inquietudes que lo angustiaban y que esperaba resolver al escuchar el relato de Helena acerca de su encuentro sexual con Pedro. En efecto, la primera pregunta, sencilla en apariencia: “¿cómo le fue?”, resultó en algo horroroso al encontrar en la respuesta de Helena la presencia de satisfacción que, al parecer, era para él algo inesperado: “bien, fue distinto”. Según comenta Julio César, esta respuesta marcó un paso de la angustia al encuentro con algo desesperante, podríamos decir encuentro con lo siniestro, lo ominoso; retomando el título del texto Freudiano.[x] En efecto Julio César se encontraba con algo novedoso, sólo que la novedad no se situaba en lo que él esperaba si no en lo inesperado, en lo que estaba por fuera de su cálculo consciente, pero que al parecer pulsaba desde lo inconsciente: “yo no pensé que le fuera a gustar”. Devino pues el encuentro, por primera vez, con los excesos del goce. Vemos tres momentos por los que pasa Julio César hasta la llegada de su encuentro con lo ominoso: primero, el de una angustia ligada al no saber cómo hacer gozar a Helena; segundo, el acceso al goce posibilitado por el ingreso en el intercambio sexual enmarcado en el estilo de vida Swinger; tercero, el retorno a una angustia caracterizada por el horror de la incertidumbre acerca de cómo goza Helena con otro cuando él no está como garante y vigía de los límites de dicho goce. Resulta muy interesante lo que implica en este caso la introducción del tercero, muy diferente de las implicaciones en el intercambio Swinger, en donde parece existir un marco de regulación ligado a la vigilancia del goce del otro. En cambio, en la novedad del encuentro, sin su presencia, lo que irrumpe es el encuentro con lo real de su ausencia, es decir, de su lugar de exclusión del goce, de su renuncia al goce que había anudado con Helena y que es cedido a un tercero con el cual se establece una relación especular en la que deviene la angustia. A partir de este nuevo encuentro, ahora con un rostro horroroso de la angustia, Julio César insiste en saber sobre lo que ocurrió en su ausencia, como si tratase de restituir la posición de ser el UNO del goce para Helena, aquel que ostentaba el saber sobre cómo hacerla gozar. Esto lógicamente resulta imposible debido a que el cambio en su posición, ha abierto la puerta a un plus de goce, por lo que se mantiene una tendencia a la acumulación de la tensión en la medida en que la escena de la que deriva su angustia no puede restituirse más que en la fantasía y como tal lo que de ella se realiza, una y otra vez, da cuenta de la posición masoquista del fantasma[xi]; “masoquismo es el nombre freudiano más aproximado al concepto lacaniano de goce”.[xii] Habiendo creído resuelto el impasse de la falta de armonía en el encuentro sexual a través del goce derivado de la tramitación de la pulsión vía del intercambio Swinger, Julio César se encuentra con un retorno de lo real que trae de nuevo el fracaso. Dicho fracaso acontece como efecto de la caída del velo imaginario que cubría la falta de relación sexual, y con ello se revela la insistencia de la pulsión como mortificante en la medida en que se liga a la vertiente masoquista del fantasma. Consecuencia de este giro sorpresivo para Julio César, que lo hace pasar de la certidumbre de ser el amo del goce para Helena, surge la búsqueda de una restitución de la escena a través de lo que ella puede decir y, sin embargo, en su respuesta: “bien, fue distinto”, queda destituido del lugar de amo y por tanto enfrentado a su castración. Busca entonces la forma de retornar a ese lugar, vale decir de manera desesperada. Así, propone a Helena que vaya a vivir con él, cuestión a la que él mismo siempre se había negado, pero que ahora resultaba, al menos en su fantasía, como una salida posible a la angustia. Cuando se le pregunta acerca de esta decisión, Julio César responde: “Siento que es lo que tengo que hacer, no sé por qué, pero creo que tiene que ver con lo que pasó, entonces dudo de si lo estoy haciendo porque en realidad quiero eso o porque me da miedo que me deje”. Esto resulta de sumo interés pues, en otro momento, Julio César parecía estar totalmente seguro de ocupar el lugar del hombre idealizado que Helena enunciaba de la siguiente manera: “estaba con él, si yo estaba con él no me iba pasar nada”. Igualmente ella señalaba que: … a mí no me gusta que el besito por acá en la oreja, no eso no me gusta, me parece que eso es como más íntimo, como de la pareja, o sea otras cosas como acariciar, besar, no me gusta […] para mí eso es como de la parte del amor, del cariño, o sea yo no besaría a otro hombre si no me gusta, yo lo hago con él (pareja) porque a mí me inspira cariño, amor, pasión, pero con otra persona no y creo que eso es como más del amor. Lo íntimo, el amor, el cariño, la pasión, son significantes en los cuales el intercambio encontraba su límite, pues representaban el lugar destinado a Julio César y como tal regulaban que el goce sexual estuviese al servicio del mantenimiento del nudo amoroso, brindando así una cierta garantía para él, una identificación a la imagen idealizada que ella le devolvía y con la cual cualquier posibilidad de angustia, de pérdida, estaba velada. La presencia de Julio César para corroborar que Helena hacía efectivo dicho límite, lo pacificaba y afianzaba el mantenimiento de su lugar en la identificación al ideal, y por tanto, a la fantasía narcisista del yo. Pero, la nueva escena en la que Julio César se instala en la exclusión, fractura esa fantasía narcisista pues implica la imposibilidad de corroborar el mantenimiento del límite, ya que la intimidad y la pasión entran en la posibilidad del encuentro entre Helena y Pedro. La caída del ideal da paso al agujero de la falta en ser estructural, propia de todo ser hablante; no hay el hombre ideal, no hay el Amo del amo(r), no hay LA Mujer (con mayúscula) que se abstenga siempre del encuentro con un goce otro o que pueda llegar al goce pleno, no hay la relación sexual plena o el goce pleno, la existencia de éstos está exclusivamente al nivel de las fantasías narcisistas y por lo tanto lo real deviene siempre haciendo manifiesta la falta. Lo que el sujeto buscará para tratar de apaciguar la angustia de esa falta es restituir de alguna manera la fantasía que ha fracasado; es esto justamente lo que ocurre con Julio César. Él podía soportar que Helena gozara con otro, pero no que gozara para otro. En el intercambio Swinger el destinatario del goce de Helena seguía siendo Julio César, lo que allí ocurría estaba dirigido a él, era una escena para sus ojos; ella ponía su cuerpo en el juego del intercambio, pero siempre para él, por amor a él. En cambio, en el encuentro con Pedro esta lógica cambia, pues se trata de un goce con otro y para otro, pues aunque lo haya demandado, Julio César queda excluido al menos de la posibilidad de ser testigo y, consecuencia de ello, termina enfrentado a su propio goce en una vertiente tormentosa. A pesar que ella pueda decirle que aun lo ama, ha ocurrido algo que da cuenta de que el amor no se sostenía por sí mismo, sino que requería el anudamiento en una forma particular de goce que al cambiar su lógica, quita al amor su efecto de apaciguamiento dando lugar a la cara horrorosa del goce. Vemos pues que “no es tan fácil que vayan juntos el amor y el goce”.[xiii] La Respuesta al Horror La aparición de lo siniestro, como formación de la angustia, trae consigo el sinsentido. Lógicamente el sinsentido tiene muchas otras formas en relación con las cuales puede hacerse manifiesto y que de igual manera guardan vinculación con la angustia, entre ellas: el síntoma, el aburrimiento, la pereza, la desesperación, la frustración; y, en todas ellas, el sujeto se enfrenta a preguntas sobre su posición en aquello que le acontece, sin embargo, éstas son usualmente dejadas y se coloca en su lugar algún tipo de fantasía ilusoria que prometa un horizonte feliz. La falta de armonía entre los sexos, su falta de complementariedad, abre también preguntas que cuestionan la supuesta naturaleza de dos mitades: hombre/mujer, y abre la pregunta por lo que no anda o, en términos lacanianos, por lo real. Esa puesta en duda de lo natural de los sexos introduce un sinsentido a los ideales del amor romántico, de la felicidad prometida en el “te amaré por siempre”, propio del amor romántico idealizado en los finales felices que la iglesia, las producciones hollywoodenses y las telenovelas, e incluso, muchas psicoterapias promueven. La vida cotidiana muestra a los sujetos los impases del amor y la sexualidad, lo cual no quiere decir que no pueda hacérsele perdurar, pues de lo que se trataría es de saber hacer con el impase. Pero lo que ocurre cuando se trata de velar el impase, colocando un velo imaginario, es que se obtura la posibilidad de construir un saber hacer a partir de lo que no anda, y en su lugar surgen lógicas de un goce que no cede en su acumulación de tensión y que por más que insiste nunca encuentra algún tipo de saciedad. La repetición se instala en la oscilación del surgimiento del impase repetitivo que avanza un poco más cada vez hacia un goce que puede llegar a hacerse insoportable, afincado en la insistencia de los sujetos por construir pequeñas fantasías ilusorias que sirvan como velo al sinsentido, sin tener que preguntarse por el lugar que ocupan en ese discurso en el que hacen lazo con el otro, y por lo tanto, sin lograr construir un saber hacer que sirva de límite a los excesos a los que poco a poco el goce se dirige. El caso al que aquí hacemos referencia da cuenta, a nuestro parecer, de esos excesos a los que el goce puede llegar cuando se insiste en la búsqueda del reencuentro con un goce pleno que en realidad ha estado perdido desde siempre. Una búsqueda por ser el amo(r) del otro y de su goce, pero también del propio goce, que llevó a Julio César a insistir para aproximar a Helena a un goce pleno en el que él pudiese ser el amo y que, como hemos podido observar, conllevó un sinsentido que estaba más allá de lo que él podía calcular. La introducción de ese tercero para la especularidad, vivifica los afectos imaginarios y antes que brindar la satisfacción placentera o la movilización de un deseo, desemboca en un horror inesperado desde el cual el sinsentido de la demanda propia aflora encarnada en las fantasías que lo acosan con la característica ferocidad del súper yo. Así, Julio César, que en principio se encontraba plenamente convencido del valor de su acto, termina cuestionado por la angustia a la que se enfrenta cuando se introduce la sospecha sobre su lugar en relación con Helena. Pasó entonces de un lugar en el que se suponía amo(r) del goce del otro, a padecer los excesos del goce en las fantasías que ahora lo aquejaban y de las cuales no hallaba manera alguna de deshacerse. La respuesta a la angustia hace pasar a Julio César de un ideal que podríamos situar en el yo ideal y que correspondería a ser el Amo(r), a una posición cercana al ideal del yo basado en los imperativos de la buena moral social. En otras palabras, intenta pasar del goce, por la vía de la búsqueda de la satisfacción plena en el estilo de vida Swinger y el amor libre, a la posesión del objeto como forma de conservarlo, así que demanda a Helena que vaya a vivir con él en unión libre, como su pareja definitiva, cuestión a la que, como ya habíamos mencionado, él se había negado anteriormente. Este paso surge entonces como intento de velar el ideal caído superponiendo otro ideal que vele el sinsentido de la falta de ser el Amo(r) en la que había cifrado el tipo de discurso en el que hacía lazo con Helena. Se trata pues de un giro producto de la desesperación efecto de la pérdida del lugar que en su fantasía él, en tanto sujeto, ocupaba en relación con ese objeto de goce que es Helena. La nueva respuesta no es ya un velo a lo que no anda en el goce sexual, sino a lo que no anda en la manera en que él mismo puede ubicarse frente al otro sexo en tanto objeto de deseo.
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